EL POPEYE QUE YO CONOCÍ
En 1998 después de cumplir con todos los trámites administrativos, ingresé al patio de alta seguridad de la Penitenciaría Nacional de la Picota en Bogotá, Colombia, con la misión de encontrarme y entrevistar a Hugo Antonio Toro, para entonces comandante del grupo terrorista Jega, en cumplimiento de un trabajo periodístico para el noticiero TV-HOY que habíamos planeado con el director Aris Voguel.
Estando en la celda de Toro, ingresó John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye. El comandante del Jega me lo presentó y él muy amablemente, con una sonrisa me dio la bienvenida, pensando que yo era un nuevo recluso y dijo: “aquí no se pasa tan mal como dicen, aquí hacemos amigos”. Me extendió su mano y dijo: “Bienvenido”
Tuve que explicarle que yo era una visita en un día en el que no habían visitas. Así fue esa primera vez.
La segunda ocasión, en el mismo sitio, tuvimos la oportunidad de hablar. Le pregunté por muchas cosas, pero en especial cuándo, cómo y por qué se había tomado la decisión de asesinar al periodista Jorge Enrique Pulido, quien para la fecha del crimen era mi jefe inmediato en el noticiero Mundovisión.
Me extendió su mano y me dijo “eso fue una equivocación, le pido perdón”.
Frase de Popeye
Allí me confesó que había sido en un momento de furia, de ira, de Pablo Escobar, por los comentarios, acciones y entrevistas que venía realizando el comunicador con la embajada de los Estados Unidos y su constante solicitud de aplicar la extradición en Colombia. Me extendió su mano y me dijo “eso fue una equivocación, le pido perdón”.
Era un hombre vehemente, que hablaba sin tapujos, que no mostraba arrepentimientos por los hechos en los que participó y de las acciones que tuvo que tomar en su momento en cumplimiento de las órdenes del que él siempre llamó El Patrón y al que nunca le faltó ni en ningún momento dejó de admirar.
Era directo, con una inteligencia envidiable, con una capacidad de contar con detalle, sitios, horas, fechas, los sangriento episodios de los que hizo parte. Muestra de ello era la frialdad con la que contaba del asesinado de la exnovia de Pablo Escobar y posteriormente compañera suya, Wendy Chavarriaga Gil.
Él me contó que la amaba, pero la orden de Escobar pesaba más que ese sentimiento y relató como le puso una cita en un bar y la entretuvo en una llamada telefónica diciéndole que los esperara que estaba un poco demorado, mientras los sicarios llegaban a matarla. “Escuché los disparos, la escuché morir”, todo por haber descubierto que se había convertido en informante del Bloque de Búsqueda.
Hablar de Popeye es hablar de más de dos décadas de historia sangrienta de Colombia. Y el jefe de sicarios relataba con detalle las circunstancias de los crímenes de dirigentes como Luis Carlos Galán, el ministro Lara Bonilla, Diana Turbay, el procurador Carlos Mauro Hoyos y el secuestro de Andrés Pastrana, en su sede política de Bogotá, a donde llegó personalmente encabezando el grupo de sicarios que secuestró al dirigente, sacándolo de su sede política y dirigiéndose a Guaymaral donde los esperaba una avioneta que los transportaría a un sitio acordado en Antioquia.
Se llevó a la tumba un sinnúmero de nombres que hoy descansan en paz o por lo menos se tranquilizan al saber que Popeye murió y no los delató: militares, dirigentes políticos, altos mandos de la Policía abogados, fiscales, jueces, industriales, periodistas y hasta miembros de la DEA que se beneficiaron con dineros y prebendas millonarias por parte del cartel de Pablo Escobar.
Recuerdo un día que hubo una sublevación de internos del patio de Alta Seguridad en la cárcel Nacional Modelo. Como periodista llegué a cubrir la balacera al interior del penal. Tiempo después él contó que durante ese día y parte de la noche se defendió de un plan para asesinarlo y allí demostró su sagacidad, su frialdad y su capacidad de enfrentarse solo a quienes querían matarlo. Era consciente que tenía enemigos, incluido el Clan de los Ochoa.
Siempre me sorprendí de la seguridad con que aceptaba sus asesinatos. La certeza con la que aseguraba “no tengo conocimiento de ese tema” y cuando directamente decía “de eso no le voy a hablar”.
La lealtad al patrón y el convencimiento de lo que estaba haciendo y defendiendo, es decir, era consecuente entre lo que decía y hacía. “Soy un matón”, sostenía abiertamente.
JOSÉ LUIS RAMÍREZ MORALES